sábado, septiembre 17, 2016



Poema de Álvaro de Campos (heterónimo de Fernando Pessoa)
Mi alma se ha roto como un jarrón vacío.
Se ha caído por la escalera demasiado abajo.
Se ha caído de entre las manos de la criada distraída.
Se ha caído y se ha hecho más pedazos
que loza había en
el jarrón.

¿Necedad? ¿Imposible? ¡Yo qué sé!
tengo más sensaciones que las que tenía 
cuando me sentía yo.

Soy un esparcimiento de trozos sobre una estera sin sacudir.
Hice ruido en la caída como un jarrón al romperse.
Los dioses presentes,
asomados a la barandilla de la escalera,
contemplan los trozos que su criada hizo de mí.

No se enfadan con ella.
Son tolerantes con ella.

¿Qué era yo, un jarrón vacío?

Miran los trozos absurdamente conscientes,
pero conscientes de sí mismos,
no de los trozos.

Miran y sonríen.

Sonríen tolerantes a la criada involuntaria.
Se extiende la gran escalinata alfombrada de estrellas.
Un trozo brilla,
vuelto por su exterior vidriado,
entre los
astros.

¿Mi obra? ¿Mi alma principal? ¿Mi vida?
Un trozo.
Y los dioses lo miran de un modo especial,
pues no saben
por qué se ha quedado ahí.

Lo que hay en mí es sobre todo cansancio;
No de esto ni de aquello,
ni siquiera de todo o de nada:
Cansancio tal cual, en sí mismo,
cansancio.

La sutileza de las sensaciones inútiles,
las pasiones violentas por nada,
los amores intensos por lo imaginado en alguien,
todas esa cosas
-éstas y lo que en ellas falta eternamente-;
todo esto hace un cansancio,
este cansancio,
cansancio.

Hay sin duda quien ama lo infinito,
hay sin duda quien desea lo imposible,
hay sin duda quien nunca quiere nada;
tres tipos idealistas, y yo ninguno de ellos:
Porque yo amo infinitamente lo finito,
porque yo deseo imposiblemente lo posible,
porque lo quiero todo, y un poco más si puede ser,
y hasta si no puede ser…

¿Y el resultado?
Para ellos la vida vivida o soñada,
para ellos el sueño soñado o vivido,
para ellos la media entre todo y nada;
es decir, esto…

Para mí sólo un grande,
un profundo
y, ah, con qué felicidad, infecundo cansancio,
un supremísimo cansancio,
ísimo, ísimo, ísimo,

Cansancio…
Estoy cansado,
está claro,
porque a estas alturas uno tiene que estar cansado.

De qué estoy cansado, no lo sé.
De nada me serviría saberlo,
porque el cansancio sería el mismo.

La herida duele porque duele
y no en función de la causa que la produjo.

Sí, estoy cansado,
y un poco sonriente
de que el cansancio sea sólo esto:
Ganas de dormir en el cuerpo,
un deseo de no pensar en el alma,
y por encima de todo una tranquilidad lúcida
del entendimiento retrospectivo…

¿Y cambia la lujuria al no tener ya esperanzas?
Soy inteligente: eso es todo.

He visto mucho y entendido mucho lo que he visto,
y hay un cierto placer hasta en el cansancio que esto me da,
pues al final la cabeza siempre sirve para algo.
Alvaro de Campos