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Aquí es donde estoy yo. Esté donde esté yo siempre estoy aquí donde me ves. Esta casa, estas caras, estas cosas cansan, porque aquí cansa. Aquí hace sed de irse, sed de allí. Pero allí es el lugar donde jamás podré estar, donde yo soy imposible. Vaya adónde vaya, allá donde yo llegue será aquí y estaré ya esperándome a mí mismo con un ramo de rosas iguales en la mano.
Ahí es tu aquí. Ahí parece un grito porque es donde te duele. Yo quiero estar ahí, donde estás tú, tú aquí o, mejor, los dos allí, remotos, juntos porque lo vivo es lo junto. Ahí hay el amor que no hay aquí. Esas cosas tocadas por tus manos, eso que piensas, dices, callas, sueñas, esos lugares donde estás sin mí, eso deseo, eso necesito. Y ser tu ahí, tu aliento intercalado.
Allí es la salvación, el espejismo nacido de la sed de estar aquí. Allí sí que seríamos felices, donde tu aquí y mi ahí estarían juntos, comerían perdices que no existen. Allí es la lluvia aquella que cae sobre este páramo sediento. Allí es Jauja, el Dorado. No hay palabras que puedan dar idea de aquel sitio. Las palabras son éstas, nunca aquéllas.
Yo estoy aquí y tú ahí y allá nosotros cuándo. Esto es piedra. Eso es seda. Aquello es mar.
Aquí, hogar imposible, íntima ausencia, odiado domicilio, cárcel del cada día.
Ahí, calor del tú, tu vida mía, tesoro de tu isla, aire de amor.
Allí, donde no estamos, llueve sobre la vida que nunca será nuestra y nos aguarda.
(Adverbios de lugar, 2004. Juan Vicente Piqueras)

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