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¿Cuánto vive el hombre, por fin? ¿Vive mil días o uno solo? ¿Una semana o varios siglos? ¿Por cuánto tiempo muere el hombre? ¿Qué quiere decir "Para siempre"?
Preocupado por este asunto me dediqué a aclarar las cosas.
Busqué a los sabios sacerdotes, los esperé después del rito, los aceché cuando salían a visitar a Dios y al Diablo.
Se aburrieron con mis preguntas. Ellos tampoco sabían mucho, eran sólo administradores.
Los médicos me recibieron, entre una consulta y otra, con un bisturí en cada mano, saturados a aureomicina, más ocupados cada día.
Según supe por lo que hablaban el problema era como sigue: nunca murió tanto microbio, toneladas de ellos caían, pero los pocos que quedaron se manifestaban perversos.
Me dejaron tan asustado que busqué a los enterradores. Me fui a los ríos donde queman grandes cadáveres pintados, pequeños muertos huesudos, emperadores recubiertos por escamas aterradoras, mujeres aplastadas de pronto por una ráfaga de cólera. Eran riberas de difuntos y especialistas cenicientos.
Cuando llegó mi oportunidad les largué unas cuantas preguntas, ellos me ofrecieron quemarme: era todo lo que sabían.
En mi país los enterradores me contestaron, entre copas: "-Búscate una moza robusta, y déjate de tonterías".
Nunca vi gentes tan alegres. Cantaban levantando el vino por la salud y la muerte. Eran grandes fornicadores.
Regresé a mi casa más viejo después de recorrer el mundo.
No le pregunto a nadie nada. Pero sé cada día menos.
Poemas de Pablo Neruda
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